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3.9.09

La peste

En el restaurante Le´ Aliente trabaja Manuel, un tipo normal al que recientemente le diagnosticaron mal aliento crónico. El doctor Lorenzetti le dio este diagnóstico después de que mató a unos vegetales sólo con bostezar frente al plato.
–Ya no recuerdo ni cómo fue, Doctor. Estaba preparando una ensalada césar cuando de repente me dieron ganas de bostezar. Lo hice y cuando bajé la mirada hacia el plato, los vegetales estaban marchitos.

- Grave, Manuel, muy grave.

Este mal aliento no es cuestión de aseo porque Manuel acostumbra a lavarse la boca tres veces al día –al menos eso le dijo al doctor-. Su esposa, Martha, le pidió el divorcio por las mismas razones. “Hueles como a perro muerto cuando bostezas” – le decía cada vez que Manuel se acercaba a besarla. Así transcurrieron dos largos y apestados años entre el bochorno de su mal aliento y las peleas con su esposa por dinero.

Como dije al principio Manuel es un tipo normal. Sus camisetas a cuadros son normales, sus zapatos de suela son también normales y su boca huele como la de una persona que piensa que es normal masticar ajo como si fuese chicle. Además de sus normalidades, Manuel es muy bueno en la cocina. Es más, es el encargado de la cocina en su casa. -Manuelito, prepárame unas empanadas, pero no vayas a soplarlas porque después se agrian- le decía Martha. Él nunca se buscaba problemas y preparaba todo lo que su Martita quería.

Tras el diagnóstico del doctor Lorenzetti, Manuel se divorció y trabaja ahora como el chef principal del restaurante Le´ Aliente. Este famoso lugar es reconocido mundialmente porque en él se prepara la comida más extraña y experimental de todas. Arroz que pica la boca, pavo al grill con bigotes de grillo asiático y la especialidad del chef; tomates rellenos con queso apestado de saliva de vaca. Este extraño plato es conocido por todos pero su elaboración sólo la conoce Manuel y el Sr. Caliel, el dueño del Le´ Aliente.

Él le paga grandes cantidades de dinero a Manuel para que continúe trabajando con él y, sobre todo, para que no revele la receta secreta de los tomates rellenos con queso apestado de saliva de vaca. Manuel ha hecho muchos amigos dentro del restaurante y aunque al hablar con él se tapan la nariz, no lo rechazan porque consideran que su aliento es una delicia espantosa.

Hoy el Le´ Aliente va a ser puesto a prueba por el Comité de Aseo Gubernamental. El presidente ha impuesto una nueva ley para los restaurantes que tengan ingresos mensuales mayores a $30.000 y el Le´ Aliente por su fama, figura dentro. El Sr. Caliel tiene todo preparado para la revisión. Ha mandado a sus empleados a limpiar el restaurante y a asearse ellos mismos minuciosamente. El as del Sr. Caliel para pasar la prueba de hoy es Manuel y su famoso plato.
– Verá Manuelito, apenas lleguen los del gobierno, usted les prepara sus tomates apestosos ¿ya?- dijo el Sr. Caliel.
–Tengo entendido que sólo podemos prepararles lo que ellos nos pidan y claro, si es que nos lo piden también. Tranquilo jefecito, que el equipo gana-.

El Sr. Esternón entró por la entrada del Le´ Aliente con su equipo de rastreo mandado por la Comisión de Aseo Gubernamental. Se dirigió a la cocina con una pisada fuerte y sonora.
-¿Quién manda aquí? ¿Dónde están los cocineros de este antro del capital? Ja ja ja ja.

El Sr. Caliel y Manuel salieron nerviosos de la cocina.

-¿Cómo está Sr. Esternón? Es un honor tenerlo en mis cocinas- dijo el Sr. Caliel.

–Vamos directo al grano. Quiero que su cocinero me prepare el famoso plato de los tomates apestosos y la vaca y eso de lo que todo el mundo habla. Tiene diez minutos.
Manuel se puso en marcha. Cortó los tomates primero y los roció con dos pizcas de una sal que además de salada tenía sabor a ajo. El Sr. Caliel conversaba afuera de la cocina con el Sr. Esternón.
–¡La constitución apesta!- dijo el Sr. Caliel. Ambos rieron. Dentro, Manuel continuaba con la preparación.

Picó el amarillo y apestoso queso en perfectos cuadrados. Rellenó los tomates con el queso y finalmente, el ingrediente secreto. Manuel abrió la boca y con todas sus fuerzas expulsó la mayor cantidad de aliento sobre el plato. Los tomates permanecieron intactos a diferencia de las veces anteriores, en las que adquirían un tono verdoso. Manuel repitió el procedimiento dos veces más. Empezó a ponerse nervioso y sudoroso. Si el plato no salía como siempre, el Sr. Esternón cerraría el restaurante y estaría decepcionado y molesto por no haber probado la delicia de la que todos hablaban.

Dispuesto a morir en las sangrantes trincheras gubernamentales, Manuel salió con el plato en las manos. El Sr. Esternón se sentó en una de las mesas del restaurante y devoró el plato en segundos. Hubo un momento de silencio en el que el Sr. Esternón se limpió su pequeño bigote.
–Tomates rellenos con queso apestado de saliva de vaca, ¡espléndido! – dijo.

Desde ese día Manuel no ha vuelto a lavar su boca por temor a que la fuente eterna de la pestilencia se agote, Martita se consiguió otro olorcito y el Sr. Caliel se encuentra redactando la constitución más apestosa de la historia.

Tarde de ajedrez



A Don Pedro se le enfriaba su taza de té. Se había quedado ensimismado frente a la mesa de ajedrez. Se despertó con el golpe sordo que dio la cuchara al caer sobre el piso. Se agachó a recogerla y cuando levantó la cabeza se quedó mirando el portaretrato de María Rosa.

Desde hace mucho tiempo se venía sintiendo así, perdido. María Rosa ya no estaba. Los vecinos afirmaban que se había ido a comprobar si el cielo realmente existía o era simplemente una mentira para atemorizar a los ingenuos. Las velas en su cuarto se encendieron al caer la noche y la cera goteaba sobre el mantel que adornaba la mesa. Los empleados de la casa se encontraban todos dormidos, en silencio. Los alrededores, incluyendo los jardines, se encontraban en una profunda paz, la paz de los que duermen plácidamente sin pensar en el mañana.

El don de escribir siempre caracterizó a la familia Manosalva y se convirtió en algo de lo que se jactaban constantemente. Don Pedro no escribía desde la pérdida de su primer hijo años atrás. Digo primero porque fueron muchos los abortos que sufrió su esposa antes de tener a su primogénito. Miles de libros y cuadernos adornaban el estudio de los Manosalva. La mitad de ellos eran anécdotas escritas por Don Pedro y su esposa años atrás. Desde que se levantó por la mañana, Don Pedro estuvo de mal humor porque no lograba encontrar ninguno de los ya mencionados cuadernos. Éstos siempre estaban en las repisas superiores del estudio, medio escondidos porque eran cosas privadas. Al perder a la única persona que podía estar interesada en leerlos, Don Pedro los sacó del escondite. No contaba con ninguno de sus empleados por el momento así que dejó la tarea de búsqueda para el siguiente día.

Al llegar la mañana el sol brilló como hace días no lo hacía, calentando los viñedos y las tierras cacaoteras que le pertenecían a los Manosalva. El desayuno fue servido en el jardín y Don Pedro había olvidado por completo los cuadernos. Se levantó con buen ánimo y sin preocupaciones y caminó por todos los viñedos haciendo su inspección diaria, saludando a sus empleados y probando el vino que sus fructíferos viñedos producían. Caminó incansablemente y se tomó la molestia de inspeccionar cada cuarto de la casa, buscando algo que definitivamente no se le había perdido. Al caminar, notó extraño que cada cuarto estuviese ocupado por alguien y que dichos ocupantes lo saludaran amenamente diciéndole: “¡Como está Don Pedro! Se lo extraña por estos rumbos”. Pensó que los tan corteses invitados serían conocidos de su segundo hijo y por eso se encontraban de paso en su casa.

Terminó su inspección y se sintió cansado. Las fieles damas de blanco le sirvieron una limonada y lo acompañaron hasta su pieza. La noche llegó y con ella la tarea incumplida de buscar los cuadernos perdidos. Buscó y buscó por todas las repisas, los cajones, bajo la cama y finalmente concluyó que los cuadernos habían sido robados. Sí, robados por alguno de los empleados con el vil deseo de sacarlos a la venta. Don Pedro siempre decía que aquel era un material tan valioso que no daba para menos. En medio de la conmoción, registró los cuartos de cada uno de sus empleados hasta el cansancio pero no encontró nada. Notó que sus vestimentas eran blancas otra vez, completamente blancas, impecables como para que fueran ropas de dormir. Pensó que quizás sus sueldos no les bastaban para tener un ajuar de todos los colores. Se dio cuenta que su paranoia no lo llevaba a ningún lugar y decidió olvidarse por el momento de los cuadernos y buscarlos con más calma en su habitación.

Se encerró en ella toda la noche, sacó cajas, baúles y hasta ropa que había pertenecido a su amada María Rosa. El resultado fue el mismo, nada, no encontró absolutamente nada. Decidió tomar un baño para así poder refrescar su mente y poder buscarlos calmadamente cuando saliera. Su baño era de aquellos antiguos, con chapas de oro y grandes tinas. Había gran espacio para vestirse y cuadros de la época colonial. Uno de estos cuadros tenía algo en particular: era el retrato de María Rosa sentada en el balcón sujetando un ramo de flores. Don Pedro lo contempló por varios minutos y se sintió feliz como hace años no se sentía. Al salir, el piso se encontraba frío y el retrato no estaba más colgado. Por el contrario, había un interruptor de luz muy antiguo. Don Pedro estaba confundido y desconcertado. Se recostó por un momento para tratar de organizar las ideas en su mente y se durmió.

Las campanas de la iglesia lo despertaron al par de horas y se levantó más calmado y con ganas de escribir. Se asomó por la ventana y se dio cuenta de que ese día era tarde de ajedrez. Las enfermeras de blanco ya estaban repartiendo el postre y sus cuadernos lo esperaban en la mesa de estar. Su enfermera de turno, Maria Rosa, le trajo su medicina y Don Pedro se sintió el hombre más feliz.